BUSQUEMOS
LO ESENCIAL
Se acerca de
nuevo el tiempo de Cuaresma. Momento privilegiado que significa entrar en un
tiempo de gracia, de conversión y renovación. Tiempo para dejarnos conducir por
el Espíritu para cumplir la misión de Jesús. Tiempo para que, siguiendo los
pasos de Jesús, renovemos nuestra fidelidad al Evangelio; para prepararnos a
subir a Jerusalén y acompañarlo en su pasión y muerte y disponernos a recibir en plenitud la gracia
de su resurrección. Tiempo en definitiva para volver a lo esencial.
Pero ¿que es
lo esencial? La respuesta es muy sencilla: aquello sin lo cual cualquier ser o
cualquier institución pierde su identidad y deja de ser lo que debe ser.
En el caso
de las Hermandades y Cofradías, lo esencial no son aquellos datos que aparecen,
de vez en cuando, en los medios de comunicación: la adquisición de un nuevo
trono o enseres, la restauración de unas u otras piezas, la variación del
recorrido de una procesión o la hora de salida, la celebración de elecciones o
las divisiones internas entre los hermanos, que es lo que a menudo aparece como
lo único interesante, al menos para cierto público, que en ocasiones traslada a
los demás algo muy distinto de lo esencial.
En las
Hermandades y Cofradías, lo esencial, lo constitutivo, aquello sin lo cual
faltarían algunos elementos esenciales y definitorios viene dado y definido en
el Código de Derecho Canónico de la Iglesia, en cuyo canon 298 nos dice que son
asociaciones de fieles aprobadas y erigidas por la autoridad eclesiástica,
cuyos fines son “fomentar una vida más perfecta, promover el culto público
o la doctrina cristiana, o realizar otras actividades de apostolado, a saber,
iniciativas para la evangelización, el ejercicio de obras de piedad o de
caridad y la animación con espíritu cristiano del orden temporal”.
Así, este
tiempo que se nos regala en la Iglesia que es la Cuaresma, es un tiempo de
gracia para convertirnos, renovarnos y nacer de nuevo y no perder nuestra
esencia.
Por eso permitidme que, desde estas letras, os escriba
algunas ideas y sugerencias para vivir nuestra cuaresma y no perder nuestra
esencia:
1.- Retiro o ejercicios cuaresmales: Necesitamos
del desierto y el silencio, para penetrar con hondura, sinceridad y verdad
dentro de nosotros mismos, tomarnos el pulso y la temperatura de nuestra vida y
descubrir si estamos caminando como Dios quiere o caminamos en vano.
2.- La oración y la escucha de la Palabra
de Dios. En ella confrontamos nuestro tono espiritual débil y vacilante con
el plan de Dios sobre nosotros. En ella reconocemos nuestras miserias, nos
encomendamos a la piedad del Dios compasivo y misericordioso que nunca se
cansa de perdonarnos; un cristiano sin oración es una desgracia y es pues, inexcusable que en el camino de nuestra
Cuaresma no busquemos espacios más largos que de ordinario para la oración
intensa, humilde, confiada, que nos ayude a ahondar en el espíritu de
conversión.
3.- La limosna discreta y silenciosa,
sólo conocida por el Padre que ve en lo secreto (Mt 6,4), y que sale
al paso de los hermanos que sufren; de los más pobres y necesitados en esta
coyuntura que nos toca vivir de crisis económica y de valores.
4.- El sacramento de la penitencia: La
propia experiencia del perdón y de la misericordia de Dios es necesaria y es un
campo específico en el camino de la Cuaresma. Es un encuentro con Jesús donde se toca de cerca su ternura. Jesús
nos espera a cada uno de nosotros para darnos su descanso.
5.- Formación permanente: La Iglesia
necesita católicos bien preparados y con las ideas claras, capaces de
dar razón de su fe y de su esperanza. Para ello no basta con sólo algunas
charlas o con las catequesis que recibimos en la infancia. A las nuevas
objeciones y problemas que se nos plantean en relación con la fe, en esta coyuntura
histórica concreta, por animadversión o por ligereza, hay que saber responder
con una fe adulta, es decir, cultivada y profundizada con seriedad. Y esto sólo
es posible con una formación permanente y metódica. El tiempo que dedicamos a nuestra formación en la fe puede
ser un termómetro fiel del lugar real que damos a Dios en nuestra vida. Si
tenemos tiempo para leer el periódico, seguir los deportes o salir con los
amigos; si dedicamos tiempo para mantenernos al día en el campo profesional,
¿cómo no encontrar tiempo también para cultivar en nuestra fe?
Os invito,
pues, a que nada nos distraiga de lo esencial: Jesucristo, que es mucho más que
una idea, un sentimiento, unas tradiciones e, incluso, que un sistema de
valores éticos y morales. Sólo el encuentro personal, hondo y cálido, con
Jesucristo salvador y redentor del hombre y del mundo, vivo en su Iglesia, que
transforma nuestras vidas desde dentro y que se hace presente de modo eminente
en la liturgia del Triduo Pascual, dará sentido y autenticidad a todo lo demás.
Ya decía el
Papa Pío XI que tenemos que dar gracias a Dios por hacernos vivir en tiempos
difíciles, en los que no está permitido a nadie ser mediocre”.
Antonio
Manuel Travé Morales
Dir. Srio.
De Hermandades y Cofradías.
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